En esta publicación compartimos las reflexiones elaboradas a partir de los últimos sucesos vividos en la comunidad Winkul Lafken Mapu en Villa Mascardi (Bariloche) publicados en la revista Anfibia por Ana Ramos.
https://www.revistaanfibia.com/imagenes-para-conversar-con-la-comunidad-mapuche/
La comunidad Lafken Winkul Mapu, en Bariloche, es un territorio donde se siembra y se trabaja la tierra de forma colectiva. También un lugar de sanación. Pero lo que desde las agendas nacionales se nombra como el conflicto mapuche en la Patagonia insiste en la criminalización de las reivindicaciones territoriales de estas comunidades. Las prácticas violentas contra los indígenas a favor de diversos intereses económicos niegan las leyes conquistadas en nuestra democracia y repiten una historia de expropiación que comenzó en 1880.
Jóvenes encapuchados, cortes de rutas, uniformados en fila portando sus escudos frente a un grupo de personas mapuche, algo quemado, panfletos tirados. Titulares de noticias con las palabras soberanía, toma de tierras, usurpadores, delincuentes. En los últimos años nos cansamos de ver estas imágenes. Si les agregamos los audios que circularon con una voz jadeante pidiendo auxilio o el testimonio en una radio de un “vecino afectado” (siempre de la misma autoría) el cuadro se arma fácilmente, parece que comprendemos lo que está sucediendo.
Las ideas que nos hacemos de las cosas (personas, grupos, eventos o conflictos) se alojan en algunas pocas imágenes que seleccionamos después de cierto discernimiento. Las fotografías y los montajes visuales de los medios de comunicación suelen funcionar como las avenidas rápidas en la disputa por construir la realidad.
¿Qué imágenes tenemos a disposición sobre lo que hoy se nombra, en las agendas nacionales, como el “conflicto mapuche en la Patagonia”? ¿Podemos traer otras? Para desarmar la forma simplificada en que se nos presentan los hechos es necesario aportar otros puntos de vista. Incorporar las imágenes fuera del cuadro.
Una imagen que se repite: racismo y violencia
En el año 1937, más de 50 familias de la comunidad mapuche Nahuelpan (provincia de Chubut sufrieron un masivo y violento desalojo en las cercanías de Esquel. Habían regresado de los campos de concentración hacia fines de la década de 1880 y, luego de algunos años de peregrinaje, se relocalizaron en los territorios abiertos (sin alambrar) del Boquete Nahuelpan para volver a reestructurarse como lofche (comunidad). Con mucho esfuerzo, reanudaron sus ceremonias, el ejercicio de sus roles de autoridad (lonko, machi, lawentuchefe, pillan kushe, werken, etc.) y los trabajos productivos. En menos de diez años volvieron a ser una comunidad autosustentable a pesar de haber sobrevivido al más cruento genocidio de la historia argentina.
¿Qué imágenes tenemos a disposición sobre lo que hoy se nombra, en las agendas nacionales, como el “conflicto mapuche en la Patagonia”? ¿Podemos traer otras?
Una década antes del desalojo, la policía realizó una investigación en donde hablaban los maestros de la escuela, los terratenientes linderos, las autoridades del Banco Nación, personas de una elite que luego serían representantes de la sociedad rural y los funcionarios encargados de las oficinas de tierras. Todos coincidían en que los mapuche de Nahuelpan eran vagos, borrachos, amorales, sin hábitos de higiene, promiscuos y ladrones, subrayando la conclusión: son un peligro para los vecinos de bien que aspiran al progreso de la región. Esos documentos y argumentos fueron el único fundamento del decreto que en 1937 dictaminó la expulsión.
Datos del mismo expediente muestran que los miembros de la comunidad mapuche de ese entonces sobrepasaban con creces los requisitos en inversiones productivas que luego se exigió a la elite de Esquel para otorgarles las tierras expropiadas a los indígenas. También reflejan la asombrosa similitud entre los procedimientos y discursos que utilizaron las elites y el Estado en aquellos años y los que hoy utilizan esos sectores para quedarse con las tierras de la Patagonia: prejuicios racistas, criminalización, uso arbitrario de las leyes, violencia represiva.
Cuando la comunidad Nahuelpan se enteró del desalojo de la comunidad Lafken Winkul Mapu y de la detención de las mujeres, no dudó en viajar para manifestar su solidaridad y apoyo. El lonko de Nahuelpan, a pesar de ser una persona mayor, participó del nguilipun (ceremonia mapuche) que se llevó a cabo en Bariloche la madrugada siguiente a la represión sufrida por la comunidad Lafken Winkul Mapu. Ese mismo día a la tarde, tomó la palabra en una manifestación realizada en el centro cívico de Bariloche, dijo que la historia se repite, que el mismo sufrimiento que hoy está pasando la comunidad Winkul es el que vivieron su mamá y su papá.
En todas las comunidades mapuche tehuelche, en todos los expedientes de tierras se repiten en el pasado y en el presente las mismas formas de expropiación. Por eso, desde el primer día después de la represión en la comunidad Winkul, fueron llegando hasta Bariloche diferentes autoridades ancestrales de comunidades de Neuquén, de Río Negro y de Chubut. Las comunidades saben con mucha exactitud, y sin necesidad de preguntar detalles, qué es lo que está en juego.
Segunda imagen: uno no se gobierna solo
La mañana del día 4 de octubre, la machi de la lof Lafken Winkul Mapu estaba cambiando los pañales de su bebé de cuatro meses, mientras su otro hijo de cuatro años jugaba alrededor de ella. La habían ido a buscar las otras mujeres de la comunidad para ir al rewe a levantar un nguilipun, ceremonia mapuche, porque les habían comunicado que se veían movimientos militares en la ruta nacional 40. Escucharon ruidos de escopetas y gritos y, al instante, vieron a los militares rodeando sus hogares. Después de arrojar gases lacrimógenos en el interior de su casa, sacaron a la machi a la fuerza cuando todavía no había terminado de cambiar y abrigar a su bebé. Unas horas después estaba detenida. En simultáneo, ocurría lo mismo en las casas de las otras mujeres de la comunidad. Sus hijitos e hijitas, al ver que se las llevaban, corrieron por el cerro varios kilómetros en altura, escapando de los perros de la policía que los corrían. Pasaron allí todo el día y el comienzo de la noche, sin autorización de la jueza que lleva la causa para ir a rescatarlos. Fue una jornada de mucho frío y lluvias.
Betiana es machi no porque ella lo decidió, tampoco porque hubo una votación o porque su familia así lo quería. Las ancianas de Colonia Cushamen siempre dicen que “uno no se gobierna solo”. Aceptar que se tiene un espíritu especial no es nada fácil, porque implica mucho esfuerzo, demasiado trabajo y una vida dedicada a cumplir el rol. Betiana era una niña cuando diferentes autoridades ancestrales de su pueblo le fueron anunciando el diagnóstico a la familia: esa niña, que iba recién a la escuela primaria, tenía el espíritu de machi y debía levantarse como tal para no enfermar.
Después del desalojo de comunidad Winkul, llegaron a Bariloche autoridades ancestrales de comunidades de Neuquén, de Río Negro y de Chubut. Saben lo que está en juego.
Durante más de diez años Betiana atravesó un proceso espiritual y de formación en el conocimiento mapuche. Hoy es machi en conexión con su rewe levantado en el territorio de su comunidad Lafken Winkul Mapu. Su última ceremonia reunió a más de 50 comunidades mapuche de distintas procedencias provinciales y a más de 400 personas. Que se haya levantado como machi es resultado de un proceso intergeneracional de recuperación de memorias. Responde a una forma mapuche heredada de organizar el curso de la historia: siempre regresando, siempre volviendo a estar de pie, siempre volviendo a levantarse. Se trata de un proceso de feyentun, una hermosa palabra en la filosofía mapuche que refiere a “lo antiguo del saber, a la espiritualidad o kimun (conocimiento) mapuche como el motor de todas las decisiones, incluso las políticas; es el reordenamiento de todas las lofche y personas mapuche en un marco común de conocimientos” (lonko lof Pillan Mahuiza). El levantamiento de la machi de la lof Lafken Winkul Mapu se ha dado en simultáneo con muchos otros en otras comunidades y esto genera nuevas formas de articulación política, más allá de las diversas trayectorias organizacionales o las distintas expresiones políticas.
La comunidad Lafken Winkul Mapu no solo es un territorio donde se siembra y se trabaja la tierra de forma colectiva sino también un lugar de sanación, al que llegan mujeres y hombres de distintas comunidades para llevar a cabo algún tratamiento curativo –incluso jóvenes urbanos que allí lograron curarse de sus adicciones o personas no mapuche que también se atienden con la machi. El 4 de octubre, cuando los militares entraron al territorio reprimiendo, allí se alojaban temporalmente algunas/os pacientes de la machi. Algunas de ellas no solo fueron detenidas sino llevadas a Buenos Aires, las separaron de sus hijos y las dejaron incomunicadas de sus familiares y abogadas por más de 24 horas. Hoy siguen detenidas en Bariloche.
Tercera imagen: cuidar la vida
Otra mujer, en otra localidad, en la provincia de Neuquén, se entera de la represión en la Lof Lafken Winkul Mapu. Ella es lawentuchefe, especialista en medicina mapuche, y se había comprometido a acompañar el parto de una de las mujeres embarazadas de la comunidad. Entonces, prepara rápidamente sus cosas, camina más de cinco kilómetros para salir de su territorio y viaja en micro cientos de kilómetros. Es una de las primeras en llegar a Bariloche desde tan lejos porque está decidida a cumplir su palabra. Llega al hospital donde está detenida su paciente, con un embarazo a término y con antecedentes de riesgo, pero la jueza no autoriza que la acompañe en su habitación. Después de varias tratativas, y cuando finalmente logra llegar a su lado, la escucha y se conmueve con el relato de cómo fue golpeada y maltratada por las fuerzas de seguridad durante el operativo en la Winkul. Observa que, en la habitación del hospital, su paciente no tiene intimidad: hay una oficial de custodia con ella y cámaras que la filman permanentemente. Lo denuncia públicamente.
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Imagen: Denali Degraf
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