Por Mariel Bleger
Entre los días 19 y 24 de junio se sucede en esta parte del planeta donde vivimos un acontecimiento único: la noche llega a extenderse en su máxima capacidad y a partir de ese evento los días comienzan a hacerse más largos ocupando el espacio que antes dominaba la noche. Es a este punto de inflexión que el pueblo mapuche denomina Wiñoy Tripantu y todas las personas que comparten el invierno al mismo tiempo son parte de este proceso.
Durante estas fechas distintas comunidades y familias se llaman al calor del Kütralwe (fogón) para darle fuerzas al antü (sol), a los elementos de la naturaleza y a ellos mismos en este recomienzo del ciclo. Si bien como sucede en las distintas celebraciones y tradiciones heredadas y vueltas a entextualizar (independientemente del pueblo o cultura de la que se esté hablando) en cada ruka las autoridades ancestrales irán determinando algunas particularidades del lugar y de cómo proceder con la ceremonia, hay ciertos elementos que siempre están.
Gran movimiento ha habido estos días entre las comunidades ya que muchas veces se participan de distintas celebraciones siendo o no parte de las comunidades que las levantan. Se arriba a los territorios antes de que se ponga el sol, de hecho la luna característica de este momento del año es conocida como se llama trufken-küyen (luna de las cenizas) y una vez que nace se deben dar comienzos a los preparativos para la ceremonia. Cada familia y amigos llega aportando su yewün (comida y presentes en caso de que la situación lo amerite)
Serán las autoridades de cada comunidad, el lonko, la machi o las pillan kuse quienes dirijan algunos de los rituales más importantes de esa jornada. Se trata de un momento único que muchas veces también ha significado un lugar de resistencia frente al atropello de las políticas estatales de aniquilación. “Así como el sol llega de su largo recorrido, vitalizándolo todo, la memoria y el saber de nuestros antepasados también retorna. Cientos de lofche renovarán su compromiso con las fuerzas de la naturaleza. La defenderemos. Como hicieron nuestros ancestros y como lo harán la futuras generaciones. Aprovecharemos cada vestigio de sol para alumbrar aun más el retorno al saber, al kuyfi kimun, saber ancestral que nos nutre dándonos la convicción para luchar por un mundo más respirable. Ese sol que no conoce de fronteras alumbrará desde la puelmapu hasta el lafken mapu… El wallmapu se iluminará y por ende nuestras conciencias tendrán la claridad que tuvieron nuestros abuelos y nuestras abuelas: no olvidar jamás celebrar la libertad cuando nos sentimos parte de esta inmensa mapu” escribió hace poco el Lonko Mauro Millan de la comunidad Pillan Mahuiza de Chubut. Y con ese espíritu de celebración de la libertad al llegar la noche pu pichikeche (los niños y niñas) junto a sus mayores se dan tiempo para compartir el nütram (conversación) donde se cuentan las historias y memorias generando nuevos conocimientos.
Indudablemente es una época en donde si se presta atención a los sonidos de la noche se escucharán los instrumentos, los pies rebotando en la tierra mientras se hacen los purrum (bailes) o los vientos que traen marcas de los ulkantum (cantos). Esto sucede mientras transcurre la noche para recibir la llegada del sol y del nuevo ciclo. “El calor del pillan kutral será testigo y finalmente diremos: el sol ha retornado y con él nuestra esperanza de seguir siendo mapuche, gente de la tierra”(Mauro Millán). La realización del llellipun durante la noche buscará generar una puente de conexión entre los antepasados, las fuerzas de la naturaleza y el universo agradeciendo el fin de un ciclo de vida y el comienzo de otro.
Durante el epewun (amanecer) el agua en sus distintas formas (vertientes, lagos, ríos, cascadas, lagos, arroyos) provocado por un cambio de temperatura del movimiento de la tierra se re acomodan haciendo que emerjan aguas calientes. Muchas veces buscando también esa purificación y movimiento las personas se sumergen también en estas fuerzas o se mojan partes del cuerpo para estar en armonía con lo que está sucediendo.
Durante muchos años cuando comenzó la imposición occidental por sobre los pueblos y culturas preexistentes las tradiciones e idiomas se fueron manteniendo en secreto o azarosamente. Produciendo incluso que se impongan unas sobre otras. Así fue que aun hoy en algunas de las comunidades los más ancianos hablan de un cambio identificable “hubo un momento en que empezamos a llamar a nuestras ceremonias más importantes Fiesta de San Juan, y eso fue porque venía así de la iglesia o de la escuela. Por eso hay tantos juanes mapuche. Porque dejamos de pedir ayuda para poner los mapu üy (nombre de la tierra)”(registro de campo, Lago Rosario, mayo 2018). En relación a esto Armando Marileo Lefio escribe “En éste y en otros aspectos de nuestro ser mapuche fuimos intervenidos todos por igual. Así comienza nuestra confusión, el sincretismo, la mezcla, el empobrecimiento espiritual, económico, de identidad entre otros.” Es interesante pensarlo en el contexto actual donde la represión parapolicial es moneda corriente en las recuperaciones territoriales. O donde los estados chilenos y argentinos tienen dentro del sistema penitenciario autoridades ancestrales que no pueden realizar sus ceremonias como la ley debiera garantizar. Al mismo tiempo que los partidos políticos buscan apropiarse de banderas que no le pertenecen.
En estos días de junio, donde el frío no da tregua, el idioma de la tierra envuelve a todas las personas (y no personas) que estén dispuestas a escuchar. Porque desde los fuegos que se prenderán, las conversaciones recordando y proyectando, el compartir con otros y otras, y la resistencia que implica seguir reconstruyéndose sin perder de vista la sabiduría del pasado y las luchas del presente se seguirá alentando a que el sol vuelva a retornar.
¡We Tripantu!
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