Nos sale del corazón recordar a Amalia Trama, “una gran luchadora de nuestra mapu”, como la describen sus hijas. La conocimos hace veinte años atrás y, desde entonces, nos encontramos varias veces, no solo porque nos invitó a su casa para conversar sobre la historia de su Pueblo que la atravesaba como mujer, como mapuche y como luchadora, sino también porque ella siempre hizo el esfuerzo de llegar –a dedo si era necesario– hasta los lugares en los que se levantaba un txawün.
Se presentaba diciendo que era huérfana porque su mamá, Emilia Antieco, “se fue en el parto” y su papá, José Tralma, falleció “cuando nacía”. Pero fue criada con amor, y con “buenas palabras” por su abuelo Martín Antieco y su abuela Amalia Huanquinahuel. Martín fue uno de los primeros en regresar a la región de Costa de Lepa después de las campañas militares de fines del siglo XIX y fue uno de los principales en levantar el territorio, participando de los camarucos y trabajando mucho en sus tierras. Él le enseñó a montar cuando era muy pequeña, por eso, agrega: “siempre fui bien de a caballo”. Con su abuela Amalia las une un lakutun, un vínculo más especial: “mi abuela pidió el nombre, me sacó tocaya a mí”. La abuela no solo le enseñó a preparar el ñaco y el muday, sino también a hilar y tejer, a sacar tayül y a trabajar en la huerta, “gran cosa era mi abuela”.
Mientras comparte los recuerdos de su infancia, Amalia también va entretejiendo sus “buenas palabras” para sus hijos e hijas, nietos y nietas, bisnietos y bisnietas. A ella le interesa seguir transmitiendo el amor que nunca dejó de sentir por su Pueblo. Explica, cuando tiene la oportunidad, que entre mapuche se trataban como familia:
“[cuando Zenón Antieco levantaba camaruco] Nosotros ahí participando, los abuelos, todos, la familia Antieco. Íbamos todos. La familia casi entera. Hacíamos cada uno un fogoncito, cada grupito, por grupo se iba. Así empezaron a levantar su camaruco. Era de cuatro días. Yo era muy pequeña, tendría más o menos 9 o 10 años [aprox. año 1948], me llevaba mi abuelo, y ahí aprendí mi lengua, gracias a mis abuelos. Allá aprendí esta lengua que sé yo, porque los abuelos me llevaban muy chiquita allá, porque me gustaba un montón. Cada poblador iba así en grupo, y por todos lados fueguitos, antes era así, iba un grupito de familia y ese grupito hacía su fogoncito allá, el otro grupo allá…. Era como una luz, como la luz del pueblo. Por todos lados fueguitos, porque todas las familias hacían grupito y fogoncito. Y nos juntábamos. Para no dormir sabíamos ir a lo del vecino y conversábamos allá. Ni sueño, nada. En la noche nos íbamos a visitar, a los grupitos de familia. Pasábamos a ese y entonces íbamos al de más allá”.
“La mayoría de la gente se trataban así, de hermanos. Porque antes se llevaban así la gente muy bien. Antes, ¿por qué hay tanto campo abierto? Porque ellos antes se llevaban bien, nunca eran de pelearse, nunca hubo problema, nada. Entonces se mantenía el campo así abierto, sin alambrar. Todos parientes. Parientes, pero yo no sé si serían… se trataban así del cariño de la persona”.
“Nosotras salíamos de visita con mi abuela, porque antes la gente iba a visitar. Cada uno llevaba un poco de pan, o de tortas, para compartir con las que íbamos a visitar. Y bueno, nos veníamos de vuelta de la que íbamos a visitar, y volvíamos con un manojito de verdura, con algunas cositas. Así era la gente antes. Mientras conversábamos, compartíamos alguna comidita… no podíamos venir sin nada. Algunas verduritas nos convidaban, y nosotros igual, pan, tortitas, un rescoldo”.
Para Amalia eran tan importantes los vínculos con las personas como los fuertes lazos que la unían a los ngen y newen de su territorio. Unas semanas antes de fallecer, Amalia le pedía a la machi Betiana –de la Lof Lafken Winkul Mapu– y al logko Mauro Millan –de la lof Pillan Mahuiza– que hagan ceremonia por ella, para darle mucha fuerza para sobrellevar ese último trecho de su vida. Todos los días, siguiendo el consejo de la machi, ella iba con su hija hasta el río a hacer un geillpun y hablar en mapuzugun con los ngen de su territorio.
Hubo un tiempo, nos cuenta, que había estado triste porque se había dejado de levantar el camaruco. Pero un día escuchó por la radio que Celinda Leviu iba a levantar un camaruco en un nuevo lelfun. “Yo ya tenía varios hijos, le dije a mi marido ‘yo voy a ir porque me gusta’ y fui nomás. Es que ya no había camaruco, se había dejado mucho, entonces cuando escuché por radio, dije ‘bueno, voy’ y me despedí. A mí me gusta un montón.Y ahí estuve. Fue muchísima gente de todos lados. Ancianitas, logko, todo, pero se hizo dos años nomás”. Amalia nunca dejó de participar en las ceremonias o de hacer su propio ngellipun, porque había recibido el legado de su abuela de seguir sacando el tayül de su familia, el waikil nawel (“de la palomita, de una paloma, ese el el tayül de la misma persona, del mismo apellido”).
Amalia siempre confió en los conocimientos de su Pueblo para tomar las decisiones más importantes de su vida. Por eso cuando enfermó, recorrió desde la Cordillera hasta Santa Cruz para encontrar las plantas con las que preparar, con la guía de la machi, el lawen que necesitaba para sobrellevar el dolor.
“Me baño todos los días con lawen. Yo con eso nomás viví, con puro remedio, pura planta. Aprendí con mi abuela, mi abuela Amalia, ella me enseñó, todas las plantas las conozco, todos los yuyitos que se ven en el campo, todos son lawen. Si yo nunca fui a hospital, a fuerza de lawen nomás, puro lawen. Y hay mucho lawen acá, todas las plantitas son puro lawen acá. Y cuando tuve familia, 4 mujeres y 5 varones, nunca fui al hospital, particular nomás”.
En la década de 1980, Amalia tuvo que defender “el campito de su abuelo” porque había quienes querían desalojarlos de allí, del lugar en el que ella y su hermano vivieron toda su vida. En aquel tiempo todavía era muy difícil hacer un reclamo territorial como mapuche, y mucho más difícil pelear contra quienes tenían el poder. Amalia hizo sus primeras salidas a las arenas públicas junto a la Comisión de Tierras (Angel Sayhueque). Unos años después, cuando se crea la Organización de Comunidades Mapuche Tehuelche 11 de Octubre (Mauro Millan), Amalia fue una de las principales protagonistas de ese proceso.
“Lo reclamé. Me costó pero lo reclamé. Tuve que pelear muchas veces con la policía, con la autoridad, pero lo saque adelante. Sí porque venían a quitar tierra. Así vinieron acá, a este campo. Pero no aflojamos, toda la gente. Los wingka se aprovechaban porque no querían a los mapuche”.
Amalia tenía 83 años. Unos pocos días antes de fallecer, le habían diagnosticado una enfermedad irreversible. El miércoles 23 de marzo de este año, su hija Ana Antieco nos escribió: “Hola Ana te cuento que hoy a las ocho falleció mi mamita”. Y nos prometimos recordarla juntxs, como sus hijxs quisieron hacerlo: como “una gran luchadora de nuestra Mapu”.
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