«Cerrado al público por refacciones» dice el cartel de entrada al Archivo Histórico de Río Negro y la Biblioteca Provincial, con el que se encuentran en estos días las personas que llegan a consultar sus documentos y libros, en algunos casos después de viajar cientos de kilómetros. Lo provisorio del cartel pegado en la puerta con cinta scotch es desmentido por los más de veinte días que lleva ahí, y más todavía si se le suman los más de 40 del año anterior.
Las «refacciones» no son el arreglo del techo que asegure que deje de lloverse, la instalación de las condiciones de humedad apropiadas para la conservación de los materiales que allí se guardan, o de los escritorios, computadoras e internet que permitan elaborar los documentos descriptivos necesarios para la consulta. Refacciones necesarias, pero que seguirían descansando sobre el fondo de lo que nunca fue: el edificio propio.
«Refacciones» es el nombre políticamente correcto para las inundaciones que por distintos motivos (lluvia, rebalse de tanques de agua, pero sobre todo la política de abandono del Estado provincial), se han vuelto moneda corriente del trabajo en el Archivo y la Biblioteca.
En estos días, las manos que pasan las páginas de documentos y libros no lo hacen en búsqueda del recorrido de un familiar, de la acción invisibilizada de las mujeres y de las y los trabajadores, o de pruebas de la preexistencia mapuche-tehuelche en un territorio que hoy se reclama. Las manos torpes, urgidas, impotentes que hoy tocan esas páginas intentan resguardar con lo mínimo -ventiladores, hojas secas, movimientos- esa información.
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